La boda transcurrió entre pasajes de La Biblia, sonrisas de alegría, y el frío que Hayley sentía en su corazón; aquel que aumentaba a medida que el padre se acercaba más a “esas” palabras. Ella sentada a la izquierda de la iglesia, intentaba no prestar atención la escena. Trataba de enfocar la atención en sus manos. Temblorosas. Llenas de miedo. Mirando con una especie de resignación aquel anillo que descansaba sobre su dedo anular derecho, y que en algún tiempo más la tendría en un lugar como ese.
- ¡¿Qué está pasando contigo?! – preguntó ella
- ¡Eso te pregunto yo! – respondió él casi gritando y con los ojos nublados.
- Josh, no entiendo. No podemos estar todo el tiempo así, de pelea en pelea. – dijo ella con los ojos al borde del llanto.
- Entonces preocúpate de esto. Por nosotros, por mí.
- ¿No es eso lo que hago?
- Casi no hablamos, y todo lo demás se trata de las giras. Sabes que te amo con mi vida, pero no puedo seguir enamorado de alguien a quién no le importa que esto esté cayendo hacia la nada.
- Si me importa. Tú me importas.
- No lo parece.
- ¿Qué esperas que haga? – preguntó ella, con la voz anudada en la garganta y pequeños cristales que comenzaban a caer fríos y violentos por sus mejillas.
- Que vuelvas a ser aquella chica de la que me enamoré.
- Creo que hemos crecido, Josh.
- ¿Esa es una excusa?
- No, pero creo que si quieres vivir otra vez el pasado, no vamos hacia ningún lado.
- ¿No? – preguntó él mientras una gota de recuerdos se dejaba caer de sus ojos.
- No. Creo que será mejor que aprendamos a vivir nuestras vidas y luego intentemos ser lo que éramos.
- Bien, entonces aquí acabamos.
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